domingo, 14 de octubre de 2012

Las uvas de la ira: las despiadadas tripas de América

Título: Las uvas de la ira / Autor: John Steinbeck / Editorial: Alianza Editorial / Año: 2012 / EV.: Memorable

En los tiempos que corren, leer “Las uvas de la ira” debería ser casi un ejercicio de obligado cumplimiento en las escuelas, o, más bien, en las universidades. No es nada fácil encontrar una ilustración tan cabal y llena de verismo, de aquello en lo que puede llegar a convertirse una sociedad civilizada cuando sus mecanismos se resquebrajan y sale a relucir la más desnuda versión del capitalismo salvaje.

Esta gran novela del siglo XX participa de la esencia de las mejores road movies, y el movimiento hacia el oeste corre aquí paralelo al ansia de un variopinto grupo de personas, unidos por la fuerza de la sangre, por recuperar su dignidad perdida y ultrajada. California, el verdadero Edén -haciendo un símil con otro de los grandes títulos del autor- se torna el mayor pozo de ignominia y desprecio para esos okies, desarrapados y harapientos, que sufren, en su propia nación, la más feroz suerte de desprecio, en un país implacable en el que el racismo de clases es incluso más poderoso que el de los colores.

El libro puede parecer muy rojo por momentos, dicho ésto sin el menor ánimo peyorativo, sino, tal vez, lo contrario. Parece, a veces, de hecho, un verdadero alegato por la lucha de la clase trabajadora, como cuando Tom Joad, en un momento dado, responde a cierto tipo que le acusa de ser un agitar afirmándose: Sí, soy un bolchevique. La miseria de la América profunda en la que bebe el libro contagia al autor en plenos años treinta. Era un libro necesario, aunque costase palos de todos los colores al escritor, la mayoría de ellos procedentes precisamente de ese Estado que retrata, muy alejado del glamour y los oropeles a los que nos tiene acostumbrados, como una tierra en la que las garras del gran capital fermentan en nuevo orden en el que el individuo es una partícula sin valor, y se trata a los braceros mucho peor que a los caballos de tiro.

Por último, ¿qué decir de Steinbeck? Estamos ante uno de esos raros maestros ante los que se siente esa especie de inconfesable envidia que a menudo produce la cercanía a la perfección. Escritor es aquel que, con los materiales que proporcionan las palabras, a la manera del mejor pintor con su paleta, plasma cada segundo de la historia fotografiándonos el plano. Otro precursor de la más genuina tradición cinematográfica. Cuando Ruthie o Winfield discuten, es un niño el que habla, y en ese momento, estamos en la atmósfera de un niño. El alma analítica de Steinbeck tiene la capacidad de transformarse: el enamoradizo, casi adolescente Al, cuando Al habla; el atribulado tío John, convertido casi en un inútil por el peso de sus culpas, cuando en él se centra el relato; la firme Madre y matriarca, verdadera columna y cabeza del grupo, cuando, a menudo, la historia descansa sobre ella. Y ésto, que tan fácil parece, sólo unos pocos elegidos tienen el don de lograr hacerlo verdad.