viernes, 15 de abril de 2016

Stoner: la belleza de lo intrascendente


Cuando uno, al fin, encuentra el momento para hincarle el diente a Stoner, de John Williams, se ve reconfortado por la verdad que hay en este escritor sencillo y efectivo. Y es que la vida de Stoner es la historia de tantas vidas. La vida como una cadena de sucesos triviales y aleatorios que, sin embargo, determinan las decisiones más importantes de la propia existencia. No suena muy emocionante, ¿verdad? Pero la realidad es que se engaña quien pretenda que nuestro paso por el mundo es otra cosa.

Stoner es un profesor más o menos gris, en una universidad sin lustre, vagamente ignorado por sus colegas de profesión, por sus alumnos, en una ciudad vulgar, de poca monta, que vive una vida insulsa, al lado de una mujer que nunca lo quiso, y que apenas alcanza a conocer el amor de una manera clandestina y fugaz, acaso la única experiencia verdadera de su paso por el mundo… Un mundo convulso en el que, cuando Occidente es amenazado, en el momento de las grandes guerras que asolan el siglo XX, elige el camino apartado de los héroes, el de los que se quedan, el de los que nunca tendrán gloria.

Sí, se ha dicho que Stoner es un libro inmensamente triste, y hay bastante de verdad en ello, pero qué poderosa y cautivadora puede resultar la tristeza, la trivialidad, la nada, cuando es un grande el que la hace protagonista. Uno se pregunta cuánto de John Williams, que fue profesor en la Universidad de Misuri como su protagonista, hay en Stoner. Seguramente mucho, muchísimo. ¿Cómo se consigue hacer de una vida intrascendente un relato con tanta belleza? Williams bebe del pozo de lo vivido para hacer una literatura que no se aprende en talleres de escritura. Sí, queremos vidas insignificantes, ordinarias y banales, sin fama, ni honor, ni celebridad. Queremos vidas fútiles y olvidables, escritas con esta grandeza.