martes, 31 de mayo de 2016

Coloquio en el 34




En el Café 34 bebo absenta, junto a madame Armont. Para estos tiempos, es una mujer de mundo, que me habla sobre los puertos de Siam y las maravillas de Kioto. Fue tataranieta de un voivoda de Valaquia, pero hoy vive en un loft con muebles rococó en un viejo edificio de la Rué Vinqueur, donde recibe, a veces, al conde de Saint Germain.

¿Qué clase de dama es esa?, me preguntan. Yo no tengo por qué dar explicaciones. Sólo ella sabe, en realidad, sacarme, a rastras, de mi cubil oscuro, y llevarme a pasear por las ruinas de Tarquinia, en tardes de sol y viento… a qué bosques, a qué palacios altos me llevabas cuando nos encontrábamos… o remar hasta el castillo de If, cualquiera de estos días, para llevar cartas de amor a Edmond Dantés, que alivien su largo cautiverio.

Me gustan sus historias. La escucho siempre un poco entre los efluvios de Baco. Es tan grácil y encandiladora que le dejaría vender mi alma al diablo en noches como esta. Hoy ha llegado tarde, como cada 23 de mayo, en que medita sobre las tres pruebas de la inmortalidad del alma ante el oscuro altar de la iglesia de San Desiderio, del todo huérfana de feligreses. Recuerdo que hoy es también su cumpleaños. Por supuesto, como el misterioso conde, no tiene edad, y eso la hace mucho más interesante.

Pero hoy consigue sorprenderme. Trae bajo el brazo dos ostentosos artefactos, que coloca encima de la mesa. Los abre, como un fuelle, y en cada uno se enciende algo así como una placa luminiscente. Una especie de ventana del tiempo, me dice, socarrona. Sobre algo que parece una pletina luce escrito el abecedario y otros muchos signos que no alcanzo a entender. Me anima a escribir lo que desee y, como mi abuela era de Verdún, se me ocurre ponerlo, con mis torpes dedos de beodo. “Verdún, el matadero de mil almas al día, en 300 jornadas de 1916”. Lo cierra antes de que pueda continuar con la lectura, todavía mis ojos eclipsados… Confundida, me conmina a olvidarlo de inmediato y enciende su artilugio, que parece tornarse en una caja de música dentro de la cual cinco hombres negros bailan una curiosa melodía: “I've got sunshine on a cloudy day; When it's cold outside I've got the month of May”.