domingo, 20 de marzo de 2016

Träumerei



Otros tenían una casa de madera construida en lo alto de un árbol o una cueva con sus humedades y sus murciélagos, pero nosotros teníamos una mansión en ruinas con su piano y todo. Cómo a nadie se le había ocurrido llevárselo de allí era una pregunta que solíamos hacernos a menudo. Aunque terriblemente desafinado y atascado de polvo, cuando, las tardes de los viernes, después de solazar nuestra rabiosa juventud sobre el chirriante suelo de madera, nos entreteníamos en recorrer los oreados cuartos, Viri solía adelantarse y, con esa solemnidad jocosa de la que solo ella era capaz, se sentaba muy tiesa delante del impresionante instrumento, y atacaba la Träumerei de Schumann, recreándose blandamente en cada nota. Una vez, el verano anterior, lo había hecho desnuda y sudorosa, mientras la luz de la Luna, en su cénit, se filtraba sobre ella desde una claraboya cuyos cristales aguantaban sin romperse  el paso de los años. Ya no pude desprenderme de esa imagen. Otras veces, con aquella acariciante música de fondo, yo subía la escalera de caracol, hasta la segunda planta, donde hacía inventario de los nuevos destrozos perpetrados por gorriones y estorninos.

Había algo curioso. A Viridiana le había venido la regla dos veces en los últimos tres meses mientras estaba tocando aquel piano. Pura ley de probabilidad, decía yo, sin duda el más prosaico de los dos. Pero sabía muy bien que no acababa de encajar del todo en el terreno de lo casual. Le segunda de aquellas ocasiones, ella, sin embargo, pareció sentir respeto. Se retiró, serenamente, apartando el raído taburete, y miró, tomando distancia, aquel extraño fósil musical, como si, de alguna forma, hubiera recibido de repente alguna clase de inesperada sintonía.

En septiembre nos separamos, pero yo seguí acudiendo a la mansión de los Molens cuando en casa había problemas o, simplemente, cuando me apetecía estar solo y en silencio. Una de aquellas veces, en que no podía dejar de echarla de menos, me senté ante el viejo piano, y un tierno escalofrío me recorrió al entrever el rastro casi borrado de dos cárdenas gotas sobre el forro azul del taburete. Entonces comencé a tocar torpemente las primeras notas de Träumerei. Aquella noche, muy tarde, recibí una llamada suya. Estoy bien, quédate tranquilo, creo que conseguiré adaptarme a esto y prometo volver tan pronto como pueda. Por cierto, sé que has vuelto a casa de los Molens. Preferiría que no volvieras en mi ausencia o conseguirás que mis desarreglos comiencen a los veinte años.