domingo, 12 de julio de 2015

Los invitados


Es reconfortante la visita de los amigos. La espera. Los detalles. Las copas limpias en el aparador. La larga tarde en la cocina, entre el olor de la carne macerada en vino blanco mientras se hornea lentamente. El recio aroma del eneldo y el jengibre, el cilantro y la hierbabuena. Los largos paseos hacia la bodega.

Antes, incluso, de que todo esté listo me colocó detrás de la ventana, las manos cruzadas en la espalda. Miro a un punto lejano en el camino, más allá de las gotas que repiquetean en el cristal. Hace una tarde oscura y fea, y entiendo la tardanza. Me acomodo en el sillón y escucho, como un cambio de guardia, el pulso del reloj de pared, ajeno a cualquier cambio.

Mucho más tarde vuelvo a la cocina. Con sumo esmero dispongo el soberbio asado en la bandeja. Lo contemplo. Huelo el recio condimento, la disposición de muslos y entrecots. Me inquieto casi, repaso, cuento. ¿Será suficiente para tantos invitados?

Afuera, como una oscura nube de ceniza, la noche se ha comido toda luz. Sólo el farolillo de la entrada arroja apenas un halo en la penumbra. De vez en cuando, junto al alféizar, aguzo el oído ante el lejano ruido de un motor o ante el fulgor de un faro que, como un haz de linterna que barre la estrecha carretera, arriba como un vardoger burlón, premonición del visitante que se hace de rogar, al que se espera...

Es reconfortante la visita de los amigos. La espera. Los detalles… El recuerdo de las afables despedidas. Las últimas risas bajo el dintel. Las admoniciones por las promesas incumplidas. Los besos. Los pasos apagados que se alejan. El crujido postrero de la puerta al entornarse…

Me alejo de la ventana. Hace frío y fuera la noche se enseñorea como una oronda capa cenital. Sobre la mesa, el asado, frío, me parece el recordatorio de una antigua masacre. Las copas intactas, una ofrenda pagana y olvidada. Las velas consumidas, el discreto testimonio de un fracaso. Pese a todo, tengo el orgullo de sentarme y esperar. En el viejo reloj, las manecillas bailan una danza galante hasta la tantas… Cansado, me levanto y me disculpo. Miro una última vez a la ventana. Tampoco será hoy. Me alejo, sin prisa, por el pasillo silencioso.