lunes, 17 de agosto de 2015

Tarde en Wadi Sora (Seleccionado para su publicación en Purorrelato. III Concurso de Microrrelatos de Casa África)


¿Crees que de verdad nadaban?, me preguntas. Alzo la vista a la pared de piedra, la superficie abovedada de la cueva, mientras sigo notando tus ojos posados sobre mí, esperando una respuesta. Desde luego, es lo que parece. Allí, a tantos cientos de kilómetros del mar, decenas de ocres figurillas ondean pies y manos, como lo harían, tal vez, aquellos primitivos nadadores…

Te has adelantado, eres como un fino minarete, liviana alegoría de azabache. Es tarde, apenas queda luz, pero te acercas y miras las figuras. Sí, nadaban, dices. Cuando era pequeña, en Chad, olía siempre el agua antes de que lloviera, también en el arroyo de Djierja, muy lejos de mi casa. Ellos también la olían, me confiesas. Lo mismo que Abu Ramla.

Desde fuera los guardias de Wadi Sora nos llaman y advierten de que no toquemos nada. Hay trozos arrancados y grafiti,  que a buen seguro no son obra de Almásy ni de la expedición Frobenius. Siento en tus ojos un punto de nostalgia. Barruntas, casi, una cascada, el rumor lejano de Zerzura, el oasis de los pájaros, el sosegado rumiar de antílopes y oryx.

De vuelta, recostada sobre mi hombro tu cabeza, parecen filtrarse sobre mí tus pensamientos. De pronto enderezas tu cuello lentamente y me miras con tus ojos color café romano. Quiero volver. ¿A dónde?, digo. A Yamena. Quiero escribir de esto. Es demasiado bello. Tengo que contarlo.