A
Batbayar le gusta despistarse un poco de su marido. Él acaba de vender el
último grano de la cosecha en el mercado de Ulán Bator. Ella mira telas de seda
para un vestido nuevo. Han comprado víveres y ropa para el invierno. Antes de
abandonar el mercado, él se para ante un viejo artilugio, que inspecciona
mirándolo desde todos los ángulos. «Linterna
de cine», dice el vendedor
kirguiz, con grandes aspavientos. «Noches
felices», añade. Samir mira a su
mujer buscando un asentimiento. Cuando se casaron, a los diecisiete años,
vieron una película en la capital. Esa gente debe estar escondida detrás de la
cortina blanca, pensaron. Ahora el vendedor kirguiz les dice que la gente, en
realidad, salía de aquel viejo aparato azul desconchado que trae una especie de
fina lámina negra enrollada en su interior.
Khaitar está al norte, a seis horas de camino.
Son solo cuatro yurtas al lado de una ruta de caravanas. Los niños los reciben
con cómica algazara y enseguida extienden por la aldea terrosa y reseca la
noticia de la llegada del extraño aparato. Batbayar se afana enseguida con los
peroles. Pronto caerá la noche y la familia espera ansiosa la cena caliente
junto al fuego. Samir coloca los víveres y al final vuelve a echar un vistazo a
la «linterna
de cine», que enciende con un
generador. Mientras la coloca sobre una mesa alabeada, varios vecinos van
congregándose en la tienda. Acude incluso Maagar, con quien no se habla desde
la última cosecha, acompañado de su mujer y de sus dos pequeños. Batbayar sirve
un cuenco de oloroso caldo para todos y se hace el silencio mientras Elizabeth
Taylor y Paul Newman aparecen sobre una sábana blanca atada a los extremos del
caldeado espacio, donde apenas cabe un alfiler.