Robert Musil decía que un bosque puede abrirse, pero su
corazón siempre retrocede. A esta hora en que todo se apaga, me gusta venir
aquí, al corazón del hayedo. ¿Han probado a dejar que la noche les envuelva en
la soledad de un bosque? Toda nuestra fortaleza y nuestra seguridad se
desvanece, y nos hacemos pequeños y vulnerables, como el más simple de los
seres. El crujir distante de una rama o el ulular de un cárabo disparan nuestro
subconsciente para envolvernos en un manto de temores y presagios.
Con mi farolillo me abro paso por una vieja senda.
Antiguamente, mucho antes de que la luz eléctrica alumbrara nuestras casas y de
que hubiese ninguna carretera, el estrecho camino unía, como una apretada
galería entre la fronda, una aldea pequeña con otra algo más grande. Durante el
día era frecuente toparse en ella con animados caminantes yendo de una a otra
por cualquier razón. Sin embargo, por las noches debía haber una buena razón
para cruzarla. En realidad, solo los enamorados y los desesperados osaban
recorrerla en la negrura. Los primeros, movidos por el pulso pujante de los
deseos del corazón, para ver a su amada, que los esperaba en la otra aldea. Los
segundos, en busca de un médico, apremiados casi siempre por una vida que se
extinguía.
Muchos de ellos vieron a Malvís, pero de formas diferentes.
En ocasiones iba tocada con un hábito de monja, y al pasar junto a aquel que la
veía decían que murmuraba una oración en una lengua extraña. Otras veces era
una joven descubierta, hermosa y con los hombros desnudos, incluso en pleno
invierno. Los había incluso que decían haberla rozado y que su carne era fría
como los arroyos por los que baja el agua del deshielo. Pero todos ellos
coincidían en algo. Tras el encuentro con la dama no volvían nunca a ser los mismos. Los miedos y los temores menguaban como la llama de una vela que se
apaga, y el peso de la vida se hacía más liviano.
Por eso yo he vuelto esta noche a la vieja senda que
atraviesa el hayedo. A esta hora en que el cárabo se descuelga de su rama y
sobrevuela los claros entre la espesura. También yo quiero ver a la dama para
que mi corazón lata tanto y tan fuerte que ya nunca más vuelva a sentir miedo.